A primera hora de esta mañana ya conocíamos los resultados más o menos definitivos de las «consultas soberanistas» llevadas a cabo en 166 municipios catalanes. Según los datos, el 94% de los votantes está a favor de la independencia de Cataluña. No obstante, menos del 30% de los llamados a las urnas acuedieron a votar (los organizadores, previamente establecieron el éxito del plebiscito en un 35% de participación).
A pesar de afirmaciones tan tajantes como la del alcalde de Arenys de Munt (Cataluña «ha decidido que quiere la independencia y que la quiere ahora»), a mi juicio, del resultado se pueden extraer, entre otras, las siguientes conclusiones:
1.- Teniendo en cuenta los distintos porcentajes y otros datos (votaron los mayores de 16 años), la independencia real es deseada por ese 25% que ya se conocía por diversos estudios sociológicos. Esto se desgaja del convencimiento de que sólo han votado quienes realmente quieren dicha independencia, a lo cual se une el hecho de que la consulta se ha efectuado en los pueblos donde el indpendentismo tiene mayor apoyo.
2.- Los líderes de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) sufren una brote agudo de pérdida de sentido común, coherencia y decencia. Como ya comenté hace poco en el blog, el propio Artur Mas reconoce que Cataluña quiere seguir siendo española y que un referendum serio sería contraproducente para sus intereses. Sin embargo, no cesan en su política de crear diferencias. Su número dos en plena «borrachera» de resultados abogaba por un referendum vinculante en el futuro, eso sí, sin precisar cuándo, no vaya a ser que les salga el tiro por la culata.
3.- En lo que concierne a sus homólogos de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), reitero lo que ya he dicho en otras ocasiones, lo de Esquerra les sobra y, si me apuras, lo de Republicana también.
4.- Creado el precedente, no me extrañaría que cualquiera promueva mañana una votación por la cual en Extremadura esté permitida la pena de muerte, total, ¿por qué no tienen derecho los extremeños a que en su tierra se castigue así a los delincuentes?. Cuando afecta al conjunto, una parte no puede decidir por sí sola si va contra las garantías que todos nos hemos dado.
Por desgracia, vivimos en tiempos de extremismo, es decir, de pensamiento simplón, donde en vez de frases elaboradas para expresar razonamientos, se lanzan eslóganes y titulares. Es muy posible, que por mis palabras anteriores se me cuelgue tal o cual etiqueta; por tanto, y aunque no debería, dejo a cotinuación uno de mis comentarios anteriores, de forma que se tengan más elementos a la hora de catalogarme.
Comentario en el blog de Luis Solana (el entrecomillado es texto del autor de dicho blog):
Seré breve.
“A mí, me amenazan con pistolas, y me juego la vida. A mí, se me presenta un Ghandi político-jurídico y no se qué hacer.”
Hay una pequeña diferencia: Ghandi defendía la independencia de un país colonialista explotador. El nacionalismo catalán defiende “privilegios históricos” que, como socialista, no puedo aceptar. Defiendo y defenderé la cultura catalana, así como que se pongan sobre la mesa todas las garantías para que el pueblo catalán exprese su identidad cultural. También creo en el autogobierno equilibrado, pero cuando se blindan privilegios económicos caemos en una política antisocial.
“Aviso a todos los dogmáticos: España no será España sin Cataluña; Cataluña puede ser Cataluña sin España.”
Niego la mayor. Es cierto que España no será España sin Cataluña, pero Cataluña tampoco será Cataluña sin España. En el siglo XXI es estúpido negar que cualquier sociedad es fruto de la mezcla y los orígenes diversos de quienes la componen. Históricamente, la aportación de Cataluña en todos los ámbitos (económicos, cultural, político…) al resto del país ha sido inconmensurable, pero a su vez se ha nutrido cientos de miles de españolitos de a pie, entre ellos, familiares de un servidor que me han hecho sentir Cataluña como una tierra familiar, la cual incluso barajo para mi futuro profesional. Además, el conjunto del estado ha sido para Cataluña una buena plataforma sobre la que impulsar sus iniciativas.
Lo siento, [pero] creo que casi toda la culpa de este embrollo se debe a una clase política (me refiero a toda, no sólo la catalana) especialista en generar problemas y pervertir el lenguaje y los principios. La entrevista reciente de EL PAÍS a Artur Mas es reveladora. Reconoce que la mayoría de los catalanes quieren ser españoles y que, si el Tribunal Constitucional retoca parte del Estatuto, la respuesta será institucional pero no se echarán al monte. Lo dicho, en esto hay mucho de ficción política. Cataluña puede desarrollar toda su identidad cultural y adquirir un elevado nivel de autogobierno sin caer en perjuicios para otras comunidades autónomas. Lo más triste es que la derecha se está apoderando de parte de las principales ideas-fuerza de la izquierda, la igualdad y la justicia, pero no por convicción, sino a modo de inversión rentable.
Conluyo. Con Estatuto o sin él, Cataluña (su pueblo) seguirá siendo la del seny, la de Boadella, la de Pla, la de sus cantautores, la Cataluña innovadora, del estudiantado inquieto, en definitiva, de la gente de a pie que he encontrado en mis numerosas visitas.
Un saludo.
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