Al socaire de las últimas encuestas electorales, me propongo realizar alguna que otra reflexión sobre el panorama político nacional. He de adelantar que la conclusión es previsible, en ninguna de las dos orillas la ciudadanía encuentra un proyecto capaz de ilusionar a la mayoría. Para los no convencidos, en el ambiente flota que las únicas opciones residen en optar por «malo conocido» (tapándose la nariz a la hora de votar) o un escéptico voto de castigo en favor de Don «No-tengo-opinión-formada-al-respecto».
.
Zapatero y la credibilidad perdida
Llegó a Presidente del Gobierno debido al hastío general frente a un Aznar encastillado en la soberbia y la manipulación. A pesar de su victoria de 2004, todavía pesaba su fama de «Bambi», no obstante, en contraposición a su predecesor hizo valer las cualidades que hasta hace poco más se le reconocían: sensibilidad social y honestidad. Por lo demás, los buenos números económicos de sus primeros años de Gobierno, junto al dinamismo inicial de su equipo y un PP desorientado, hicieron que incluso en los peores momentos de su primera legislatura (aprobación del Estatut y tregua de ETA) mantuviese fiel al grueso de su electorado. En este sentido ha de reconocérsele que fue capaz de revitalizar a un partido disperso desde la retirada de Felipe González, fijar la lealtad de sus bases con un discurso netamente de izquierdas y, a la vez, ganarse la confianza de buena parte del llamado centro político con un mensaje focalizado en «derechos» y «ciudadanía». De esta forma, consiguió que parte de los partidos socialdemócratas europeos se fijasen en su estela creciente.
Sin embargo, muchas cosas han cambiado en estos últimos dos años. La clave se encuentra en dos cuestiones fundamentales. La primera es la pérdida de credibilidad, atributo que hasta ahora se le reconocía como virtud. Su negación de la crisis económica cuando ésta era más que una evidencia y la, al menos, aparente falta de ideas con que afrontar la tormenta han socavado su imagen. Con tan sólo 3 años en el gobierno tenía margen para decir «Señores, estamos ante una debacle mundial provocada por los excesos de las últimas décadas. Como consecuencia de políticas erróneas España se verá gravemente afectada, pero este Gobierno abordará la situación de frente e iniciará las reformas que nuestra economía necesita para salir adelante, optando por un modelo de crecimiento equilibrado».
Muy al contrario, se instaló en la creencia de que el temporal pasaría dándole tiempo de cara a 2012. Su esperanza se basaba en que el superávit de la primera legislatura y un sistema bancario bien controlado (a diferencia del estadounidense o el británico) nos permitirían resistir; así las principales medidas se han basado en parches temporales que no han hecho más que vaciar las arcas (deducción de los 400€, Plan E… Germán comparaba con acierto la diferencia entre «el levantamiento de haceras» y las inversiones en infraestructuras que ha realizado Obama).
Posteriormente, la Ley de Economía Sostenible no ha quedado más que en una bonita declaración de intenciones, pues todavía no se había aprobado cuando ya se estaba reconociendo que sus principales reformas tendrían que posponerse.
La segunda cuestión está siendo puesta de relevancia por voces críticas del propio Partido Socialista. En uno de los libros que hemos recomendado en «Fondo de armario» podéis leer que Zapatero más que hacer políticas de izquierdas se ha dedicado, con maestría, a ser un gestor de los sentimientos de la izquierda a través de mensajes vacuos y políticas que, analizadas a fondo, pocos socialistas reconocerían como propias (reformas estatutarias, cheque-bebé, una ley de Memoria Histórica que deja desamparadas a los hijos de las víctimas…). Es lo que, en palabras de Juan Carlos Rodríguez Ibarra, se denomina «infantilización del socialismo», hecho que ha generado profunda desilusión y desengaño en buena parte de su electorado.
Tal desapego ha llevado a que surja el debate, candente en los medios días atrás, sobre si Zapatero debe presentarse a la reelección. En este sentido, resulta interesante leer la opinión vertida por Joaquín Leguina en su blog: «Lo lógico es que se presente y, si gana, que siga todo como está, pero si pierde habrá llegado la hora de recuperar un partido socialdemócrata y solvente que esté en el mundo y no en el ensueño de ningún líder salvador. Una organización pensante y actuante, lejos de ocurrencias mediáticas y de radicalismos de nuevo cuño.»
Permitidme ahora que exprese mi opinión. Estoy convencido de que Zapatero perderá las próximas elecciones, se celebren cuando se celebren, y estoy casi convencido de que es lo mejor que le puede pasar al Partido Socialista. Cuando González dejó el gobierno en 1996, a pesar de los escándalos que ensombrecieron sus últimos años, dejaba tras de sí un sólido legado en política nacional e internacional. El propio Luis María Ansón, nada sospechoso de felipista, ha llegado a afirmar que «el Rey aparte», «Felipe González es el hombre de Estado más importante del siglo XX como Cánovas del Castillo lo fue el siglo XIX. Cometió, sin duda, algunos errores, pero el balance entre sus aciertos y sus equivocaciones resulta extremadamente positivo».
Ésa no es la tesitura de Zapatero. Muestra de ello es que en los últimos años el PP se ha apoderado fuertemente de algunas de las principales ideas de la tradición ilustrada de la izquierda. Así, no resulta raro ver cómo a consecuencia del debate territorial o la educación, la derecha denuncia la desigualdad y la merma de derechos y garantías generadas en algunas autonomías.
Por todo lo anterior, decía, quizás sea mejor que en el PSOE se inicie una nueva etapa, sacando de ésta, al menos, dos conclusiones. Por un lado, cuando la izquierda europea está retrocediendo a razón de una crisis económica que debería haber favorecido un modelo socialdemócrata, es preciso -como decía Almunia- volver a los clásicos y fijar las bases. Por otro, ha de aprenderse que no puede jugarse toda la partida a la única baza de la imagen del líder. Por definición, los objetivos que persigue la izquierda necesitan un amplio recorrido previo y estrategias a largo plazo, de ahí que sus partidos deben contar con sólidos equipos que muestren a los ciudadanos capacidad de renovación y dinamismo constante, condicio sine qua non de cara a sortear el desgaste de La Moncloa.
Continuará…
Para mi está claro que todo viene de gobernar pensando en el telediario y en el titular de periódico de mañana, a eso obliga nuestro sistema bipartidista: a jugarse la credibilidad día a día, temiendo la reacción del otro partido a cierta medida.
En nuestro sistema cualquier error que comete un partido va a repercutir en un beneficio del partido de enfrente. Tenemos nuestros Cánovas del Castillo y nuestros Mateo Sagasta.
El día en que haya elecciones la gente irá a votar a los de siempre con miedo a que vengan los otros; o a votar a los otros, paradigma del capitalismo, para que nos saquen de una crisis capitalista. No hay más opción y la gente así lo piensa.
El sistema funciona. Tenemos lo que queremos. Y si fuéramos negros, votaríamos al Ku Klux Klan.
[…] en entradas anteriores que bajo la presidencia de Zapatero se han practicado políticas que “analizadas a fondo, pocos socialistas reconocerían como propias”. Quiero profundizar ahora en uno de los puntos fudamentales por los que naufraga este […]