Raro es que a estas alturas alguien no haya oído hablar de «la serie de contactos habituales que Don Juan Carlos mantiene, con especial incidencia en los últimos meses, con representantes del mundo económico, empresarial y laboral, dadas las graves consecuencias de la crisis económica en nuestro país» (www.casareal.es).
Tras ello, como ocurre cada 26 de diciembre después del mensaje de Navidad, no han tardado en surgir especulaciones e interpretaciones de las palabras del monarca, en este caso de sus actos, cada cual más esforzada por arrimar el ascua a su sardina y lo cierto es que hay para todos los gustos. Por lo visto, nuestros políticos se han dejado llevar por el ambiente carnavalesco tan propio de estas fechas y han entrado en escena al más puro estilo de la «España de pandereta». Tomen asiento que comienza la función.
Que la derecha española, salvo los redactores de ABC y Luis María Anson (antes Ansón), hace mucho que dejó de ser monárquica a nadie se le escapa. Si hasta ahora no ha abrazado la alegoría de Hispania, símbolo republicano, es por no hacer una concesión a la izquierda, pues, país éste en el que acostumbramos a colgar etiquetas políticas a todo, hay cosas que la militancia impide hacer. Si usted es aficionado del Real Madrid, símbolo de permanencia y unidad de la Patria, peca usted de «facha»; sin embargo, si es de los que grita «blaugrana al vent», debe saber de su contribución al separatismo nacionalista. ¿Que la derecha francesa es republicana? Oiga, pues sí, pero ya dijo Shopenhauer que «Otras partes del mundo tienen monos. Europa tiene franceses. Una cosa compensa la otra» (El arte de insultar).
Decía yo que estamos de carnaval, sin embargo, a algunos les ha dado más bien por quitarse el disfraz monárquico. Buen ejemplo lo tenemos en el conocido marianista Federico Quevedo, que en EL CONFIDENCIAL escribía:
... nada menos que a la Corona, y en concreto al Rey Juan Carlos, que se ha puesto al servicio arbitrario y partidario de Rodríguez como si de un lacayo se tratara en lugar de un monarca. Lo cual, por otra parte, no deja de ser una manifestación más del nivel que ha alcanzado la Corona en nuestro país, formando parte de este sistema enfermo del que no se salva ninguna institución, todas ellas sometidas de modo vergonzante al poder político actual.
[…] no se entiende semejante metedura de pata que ha conseguido que, en lugar de limpiar la imagen, haya ahora mismo unos cuantos millones de votantes y simpatizantes del PP acordándose de toda su familia, y no precisamente para bien.
Había empezado titulando este Dos Palabras de la siguiente manera: El Rey, comparsa de una trampa para aislar al PP. Pero ayer por la tarde un destacado dirigente de Génova 13 me envió un mensajito al móvil con la siguiente frase: “Cabreo gordo del PP con Zarzuela” y, francamente, me pareció mucho mejor, dónde va a parar. Y es lógico ese cabreo.
Otros nunca han lucido tales vestimentas, como el bueno de Federico -esta vez el genuino-, y sin esconder su animadversión hacia «el Borbón», reconoce que el Rey tiene en su mano alcanzar un acuerdo en pro del beneficio común, aunque no pierde ocasión para manifestarle su más sincera animadversión:
Sigue ayuna la Zarzuela de un par de escribas que le permitan a Juan Carlos producirse con cierta solvencia en español, pero la idea se entiende: hay que ayudar al PSOE y nos ayudaremos todos, porque o salimos de esta inmensa escombrera de quiebras y parados o el futuro de los antiguamente llamados españoles, incluidos los ocho nietos de Su Majestad, pinta de color castaño oscuro, tirando a subsahariano.
[…] Si hubiera cumplido con su obligación frenando el desvarío antinacional del Gobierno de ZP en vez de decirnos que el presidente sabía muy bien lo que quería, a lo mejor no tendríamos necesidad de tan grandes esfuerzos, que hechos de sopetón y sin costumbre suelen producir hernias muy feas.
Parece evidente que el PP se ha instalado en el «cuanto peor, mejor», resultando claro que, ante el riesgo de que las interpretaciones del gesto de don Juan Carlos dejen en evidencia su estrategia, ha cundido el nerviosismo. No obstante, la parte que toca al Gobierno tampoco queda libre de sospecha. Estoy convencido de que el Rey no hubiese dado este paso si no fuese a instancias del Ejecutivo, hecho indudable a la luz de importantes acontecimientos anteriores; sin embargo, la circunstancia de que se haya dado publicidad a la iniciativa, así como la forma, ha supuesto que muchos piensen que «ante la inutilidad de Zapatero, tiene que intervenir el Rey por su cuenta», con el consecuente nerviosismo de la otra parte, escenificado por la vicepresidenta De la Vega.
Antes de continuar con el repaso carnavalesco, reitero mi certeza en que el Rey no ha intervenido motu proprio, en primer lugar, por lo ya dicho y porque una intervención pública de tal calado político, bajo el riesgo de que le acusen de exceder sus funciones constitucionales, sólo la ha llevado a cabo en una ocasión, el 23-F, por motivos que huelga mencionar. En segundo lugar, porque esto es un arma de doble filo, si la cosa sale bien todo el mundo aplaudirá, pero como se tuerza su imagen quedará afectada y no tardarán en saltar quienes digan que «ya está borboneando», «ya se ha metido a gobernar». Y es que corremos el peligro de que en el imaginario público quede la idea de que ante situaciones excepcionales don Juan Carlos puede «meter mano», deslizándonos entonces por la resbaladiza cuesta de saber dónde fijar el límite. Algunos se lo tendrían que haber pensado dos veces antes de que esto saltara a la luz pública de la manera que ha saltado. ¡Ojo!, no digo que se ocultase, sino que deberían haberse cuidado las formas.
Señoras y caballeros, llegamos al fin de acto, a la traca final. Con todos ustedes, defendiendo la actuación del monarca y reclamando sentido de estado a PP y PSOE, don Josep Lluís Carod-Rovira:
¡Qué país, pa’ mear y no echar gota!
«LA DERECHA Y EL REY», artículo de opinión extraordinario de Ignacio Camacho, publicado en ABC:
http://www.abc.es/20100216/opinion-firmas/derecha-20100216.html
EL REY EN LA CASA BLANCA… http://www.abc.es/20100218/opinion-editorial/casa-blanca-20100218.html