Empiezo estas breves reflexiones por un lugar común: España necesita una reforma institucional. Después de treinta años con nuestra Constitución parece claro que el marco institucional fijado en la misma se ha visto desbordado y necesita de una profunda reestructuración. Los puntos son también por todos consabidos. Veamos algunas preguntas y respuestas.
Diagnóstico
Treinta años dan para mucho y, en este caso, han dado para un desgaste institucional muy fuerte, sobre todo durante los diez últimos años: incluyo desde un Aznar que pasó de “hablar catalán en la intimidad” cuando negociaba con Pujol a no recibir en Moncloa a muchos de los Presidentes Autonómicos, hasta un Zapatero que vendió con un cheque en blanco a los nacionalistas catalanes la última reforma estatutaria; incluyo también un Tribunal Constitucional en el que sus miembros han dado pie a un bochorno juego de recusaciones mutuas, a retrasos intolerables, todo lo cual se aderezaba con el bloqueo político para su renovación; incluyo una deriva del Estado Autonómico que no podía haber sido ni imaginada por nuestros constituyentes que plantearon un sistema muy abierto y que ahora es necesario cerrar; incluyo una Ley Electoral que quiebra la proporcionalidad y la igualdad en el valor del voto de todos los españoles, condenando al ostracismo a partidos nacionales como IU o UPyD y dejando vendida la toma de decisiones de interés general a los acuerdos con nacionalistas; incluyo un órgano de gobierno de los Jueces en el que sus miembros no tienen vergüenza de ser apuntados en bloques como “conservadores” o “progresistas”, que se saben extensión de unos partidos u otros,y que permiten anticipar sus decisiones por criterios políticos más que jurídicos; incluyo unas Provincias que vista la fuerza adquirida por las CCAA carecen ya de sentido alguno más que para dilapidar aún más las exiguas arcas públicas; incluyo un Fiscal General que, nombrado por el Gobierno, a veces parece un comisario político del mismo; incluyo una Administración de la Justicia excluida de los grandes pactos celebrados a lo largo de nuestra democracia y que, carente de medios, es incapaz de responder a las necesidades imperiosas de los ciudadanos; e, incluyo, sobre todo, unos partidos políticos que se han alejado de sus ciudadanos, se han olvidado del mandato constitucional de “democracia interna” y se han convertido en “comecocos de la excelencia, criaderos de mediocridad”, organizaciones cuartelarias en las que sube el más dócil y no el más válido. Unos partidos que, para más inri, se muestran totalmente autistas a las demandas ciudadanas.
Una situación de grave esclerosis institucional que, unida a la crisis económica, ha sido la que ha estallado con el conocido como 15-M. Miles de ciudadanos que se lanzan a la calle requiriendo de sus “representantes” que atiendan el interés general al cual se deben; que reclaman que la Instituciones vuelvan a situarse al servicio de los ciudadanos. Frente a los movimientos antisistema que han tratado aprovecharse de este sentimiento o de los neoliberales que apuestan por desmontar el Estado; yo reivindico: ante la crisis institucional la respuesta no es cargarse el Estado, sino reanimarlo y devolverle el mayor vigor y su virtud.
La respuesta: España necesita una segunda Transición
Para reanimarlo sólo existe la vía del compromiso social y, a partir del mismo, del compromiso político. No creo en la revolución y la historia creo que abona este criterio. Aunque en nuestra mitología se pueda encontrar la “Revolución francesa” como uno de los orígenes de los derechos de las personas, tampoco podemos olvidar “El Terror” de Robespierre que siguió a la misma. Creo, por tanto, que la respuesta debe de venir dada desde el propio sistema, aprovechando los cauces institucionales que todavía quedan para volver a introducirles vida. Es necesaria una transfusión con sangre nueva. España necesita una segunda Transición.
¿Cómo llevarla a cabo?
Pues bien, visto que los grandes partidos políticos siguen autistas a estas demandas –ya hemos visto en lo que han quedado las reformas constitucionales prometidas por Zapatero que llegó a encargar al Consejo de Estado un exhaustivo informe al respecto-, creo que la única salida institucional sería que se consolide un partido político que sea capaz de reunir a personas de izquierdas y derechas, que se comprometan más allá de sus ideologías en el proyecto común de acometer esta Segunda Transición española. Sería algo así como lo que en su día ocurrió con la UCD de Suárez: un partido de “concentración nacional” para afrontar la necesaria reforma institucional. Un partido que debería lograr, como ocurrió en la Transición, que ese grupo social conformado por humanistas y profesionales, apoyado por una amplia base social, pierdan el miedo y salgan a la palestra pública. Un partido que logre que la gente excelente que tiene este país, grandes trabajadores, magníficos profesionales e intelectuales, reconquisten las instituciones y asuman las riendas de la “cosa pública”. Que logren expulsar a la casta de mediocres “mamones” –en el sentido de aquellos que maman- que, sin oficio pero sí con beneficio, hoy día han ocupado la política española para preocuparse de su propios intereses. Que vuelvan a entrar en política personas que, con reconocido prestigio, deciden sacrificar parte de su tiempo en una actividad de “servicio público”; porque el político, como “mandatario”, es en realidad “un mandado”, un representante que trabaja para los ciudadanos y se ocupa de los asuntos públicos que a todos nos incumben. Que se recuperen esos políticos para los que el ejercicio de la actividad pública era “un honor”, no un modus vivendi –como señalaba el otro día el exMinistro Otero-. No es un gran descubrimiento, ya lo dijo Cicerón, “quien bien ordena su casa, bien puede gobernar la patria”; y, a sensu contrario, quien no ha sido capaz de tener una profesión ni de ordenar su vida, que no venga a gobernar la de los demás…
¿Es UPyD la respuesta?
Si lo es, no lo sé porque no soy vidente, pero de momento sí que puedo apuntar algunos elementos que me invitan a pensar que, por lo menos, parece que ofrece algo de todo esto:
1º.- Ha compuesto un programa electoral en el que se afrontan de manera clara y creo que adecuada las reformas institucionales que necesita España –leído el mismo debo decir que comparto el 95% de sus propuestas en materia de reforma institucional y transparencia política-.
Además, lleva a gala ser un partido de corte nacional que defiende el mismo programa electoral en todos los rincones de nuestro territorio.
2º.- Ha sometido a primarias a todos sus cabeza de listas. Una de las principales medidas a adoptar para sanear el sistema es que se den verdaderos mecanismos de democracia interna en los partidos, algo con lo que parece que viene cumpliendo UPyD –ello a pesar de las críticas al personalismo de su líder-.
3º.- Ha servido para animar a que se comprometan políticamente personas de valía profesional e intelectual que, hasta el momento, no habían visto cauces para hacerlo. Es el caso de Irene Lozano, en Madrid, periodista de probado compromiso social o del propio Vargas Llosa; pero, en general, creo que es la tónica de sus listas en las que se pueden encontrar a profesores, abogados, funcionarios… ¡Personas trabajadoras y con profesión!
El necesario compromiso político
Termino con una cita de un gran pensador humanista como fuera Francisco de Vitoria que ya en el s. XVI dejó escrito: “Del mismo modo que el cuerpo humano no puede conservarse en su integridad si no hay una fuerza ordenada que organice todos y cada uno de los miembros para la utilidad de los demás, y sobre todo para el provecho de todo el hombre, eso ocurriría, sin lugar a duda, también en la ciudad si cada uno se preocupase sólo de su propio provecho y se despreocupase del bien público” (Sobre el poder civil).
Germán T.
Excelente análisis, dentro de una línea minoritaria pero que cada vez se va abriendo más paso. El pasado 8 de noviembre se publicó en El País un buen artículo de Ignacio Sotelo que abunda en esta línea del fin de la última restauración. Y hace ya unos años que UPyD habla de la crisis institucional y política que sufrimos en España, por los mismos motivos aquí expuestos. Creo que se trata de que, entre todos, creemos un ambiente favorable, para llevar a cabo una imprescindible reforma constitucional.