Se le vio, caminando entre fusiles,
por una calle larga,
salir al campo frío,
aún con estrellas, de la madrugada.
Mataron a Federico
cuando la luz asomaba.
El pelotón de verdugos
no osó mirarle la cara.
Todos cerraron los ojos;
rezaron: ¡ni Dios te salva!
Muerto cayó Federico.
-sangre en la frente y plomo en las entrañas-.
…Que fue en Granada el crimen
sabed -¡pobre Granada!-, en su Granada…
(Antonio Machado)
Duele contemplar cómo se establecen, de una forma u otra, analogías con los episodios más amargos de la historia española. En otoño de 1931, se fundaba en Madrid la compañía de teatro universitario «La Barraca», dirigida por Federico García Lorca y Eduardo Ugarte. La iniciativa surgía al amparo del Patronato de Misiones Pedagógicas creado por el primer ministro de Instrucción Pública de la II República, Marcelino Domingo, y su finalidad no era otra que la difundir la cultura por los parajes de España, poniendo nuestro teatro clásico al alcance del pueblo.
De esta forma se adaptaron y representaron multitud de obras del Siglo de Oro español, de igual manera que fructificaron algunas de las principales obras del poeta granadino. Además supuso un relanzamiento de nuestra cultura en Hispanoamérica, merced a la gira realizada en el nuevo continente.
El triste final de García Lorca por todos es conocido. Los enemigos del conocimiento libre hicieron valer su tristemente célebre consigna ¡Muera la inteligencia, viva la muerte!.
Hoy vemos que si 79 años después alguien pretende retomar aquel intento de «democratizar» el conocimiento, no se encontrará frente a sí a la vieja Falange, sino a la Sociedad General de Autores (SGAE). Nauseabundo espectáculo ofrecen quienes pretenden prohibir a toda costa una representación teatral escolar amparándose en unos derechos de autor, cuyo depositario -el Centro Dramático Nacional- permite que los alumnos del IES Ramón Menéndez-Pidal de La Coruña lleven a cabo la actuación sin ningún tipo de cortapisas (gracias Miguel por el enlace).
Que ni pintado le viene a la SGAE el poema que Federico García Lorca escribió para los flagelos de otro tiempo, cuyo modus operandi imitan a la perfección quienes criminalizan cualquier copia («pasan, si quieren pasar», que se lo digan a quienes los han tenido como invitados sorpresa en sus celebraciones particulares para impedir que pongan «su» música):
Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.
Sobre las capas relucen
manchas de tinta y de cera.
Tienen, por eso no lloran,
de plomo las calaveras.
Con el alma de charol
vienen por la carretera.
Jorobados y nocturnos,
por donde animan ordenan
silencios de goma oscura
y miedos de fina arena.
Pasan, si quieren pasar,
y ocultan en la cabeza
una vaga astronomía
de pistolas inconcretas.
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